"Tu ombligo, como cáliz redondo, al que nunca le falta licor"
Cantar de los cantares, 7:2

Señala Gutierre Tibón, en su ensayo "El ombligo como centro erótico", que la cicatriz de nuestro cordón natal, es el eje alrededor del cual gira el deseo sexual hacia la mujer, pues este se encuentra casi equidistante entre los senos y el pubis.
No creo que lo mío sea una parafilia, pero, además de estar en perfecto acuerdo con Tibón, debo de admitir que el ombligo de las mujeres provoca en mi una particular debilidad y atracción. Sé que no es parejo entre todos los hombres y mujeres que adoramos el cuerpo femenino; pero en general no nos encontramos indiferentes ante esta pequeña característica física: un ombligo puede provocarnos desde una pequeña llamada de atención, hasta el más encendido deseo sexual.
Para mi, el ombligo es el preludio del contacto físico: más allá de la labor de los ojos, labios, cadera, piernas y manos; el ombligo es la invitación a cerrar el contacto, a comenzar a tocar, a acariciar, a besar, a explorar -- arriba, abajo, alrededor-- el cuerpo femenino. Un ombligo, sin importar su forma o tamaño, es, en su percha preciosa (un suavemente redondeado abdomen), un gatillo que dispara emociones a través de la mente y la anatomía.
No creo que existan ombligos perfectos; y no los persigo así, del mismo modo en que no persigo cuerpos perfectos -- prácticamente inexistentes. La belleza estética y sexual de un cuerpo no está en unas medidas estandarizadas, sino en un balance sutil de aciertos y desaciertos que lo vuelven único, interesante y misterioso, con una personalidad propia, digna de ser analizada a conciencia: centímetro a centímetro de piel, de cabello, de vello, de uñas, de ojos, de labios... de ombligo; y cada ombligo, con sus peculiaridades e individualidad (tales como los de su propia portadora), es, en mi credo personal, la cerradura por la que se abre el cofre que contiene la explosíon de la sensualidad y sexualidad de ese cuerpo en particular.
No me gustan las alteraciones al ombligo, ni los piercings, ni los tatuajes, aunque en ocasiones contadisimas pueden generar algo de encanto, los prefiero al natural; y adoro la ropa femenina creada para mostrar o realzar el encanto del ombligo: un correcto bikini, un top revelador, una blusa que se abre o se transparenta, para insinuar un ombligo, que como ojo impertinente, se asoma desde el incógnito. Belleza, belleza, belleza.
Creo que no hay más que pueda decir, he manifestado mi punto, así que a manera de corolario y despedida, como dirían en la Hermana República de Yucatán:
Me estoy haciendo xuerec
en la mata de taúch
para verte bañar con lec
y para mirarte tu tuch.
en la mata de taúch
para verte bañar con lec
y para mirarte tu tuch.
Art by Josa Jr.