
Miguel Angel Buonarotti aseguraba que él no creaba las esculturas: que estas se encontraban atrapadas dentro de la piedra y sólo quitaba lo que sobraba para liberarlas. Frecuentemente, en nuestro despertar a la vida, los humanos nos enconotramos así, como las esculturas dentro de la piedra: atrpados, envueltos por un vasto bagaje de cargas y pesos que nos han sido impuestos sin nuestra opinión.
¿En qué consisten estos pesos?: convenciones sociales y culturales, preceptos inculcados por la familia, en la escuela y por las instituciones religiosas. Temores reales o infundados que nos son inculcados o que descubrimos accidentalmente que poseemos. A veces estos lastres nos atrapan de manera inconsciente, y no sabemos que los cargamos, pues nuestros ojos están cerrados a ellos. Otras veces, los conocemos pero no tenemos la fuerza o las herramientas para romper este cascarón. Y peor aún, con frecuencia nos resistimos a salir de nuestra concha de piedra, pues nos encontramos cómodos y calientitos, y sabemos que el proceso de escapar es duro y con frecuencia combina sufrimiento y dolor.
Liberarnos de la piedra nos permitirá brillar en toda la majestad de la perfecta obra de arte que podemos hacer de nuestras vidas. El mundo es como un gigantesco taller escultórico, con figuras en todos los grados de terminación: gloriosos Davides y Moiseses, contrastando con salvajes bloques sin trabajar, recien extraidos de las canteras toscanas. Algunos bloques son imperfectos y se rompen al trabajarlos, otros con facilidad expulsan la belleza en ellos oculta. Casi nunca es espontaneo este proceso: las piedras requieren la paciencia de muchos escultores que van, al paso, quitando una laja de aquí y un trocito de allá. A veces, algunas personas avanzan grandemente las obras, aunque prácticamente ninguna es una obra de un solo creador.
Yo he sido liberado parcialmente de mi bloque de Carrara por una mezcla de trabajo, de muchos viandantes que han soltado trozos de aquí y de allá, y una parte de erosión, causada por mi roze con el mundo y sus caras buenas y malas. Admito ser una obra incompleta, y quizás nunca termine de surgir, pero ahora que estoy más libre yo también busco arrancar un pedacito aquí y otro allá siempre que puedo.
Creo que en mi oportunidad también he podido labrar las vidas de otras personas: no mucho supongo, menos de lo que mi ambición sueña, pero siempre dejando, creo yo, una marca con nombre y firma. En mi obra me han movido la curiosidad, el interés, el deseo, la amistad y también el verdadero amor. Siempre he labrado con gusto y con gusto he contemplado los resultados de mi trabajo, aunque con frecuencia no es a mi quien me toca disfrutarlos. Puedo jactarme de tener buen ojo para la piedra, y de saber de que bloques saldrán las más hermosas esculturas. He llegado a equivocarme, pero mis triunfos sobrepasan a mis fracasos.
Pero mi ambición permanece insatisfecha.
En una intoxicante mezcla de vanidad y arrogancia, he soñado con frecuencia en emular al artista Pygmalion y crear una obra que cubra mi propia necesidad. Es mi sueño y mi esperanza, que tantas veces se ha desvanecido en una ráfaga de las propias fuerzas que le dieron vida.
Contemplo el bloque te guarda Ángel Caído, y me pregunto, al raspar con la punta del cincel, al botar a mazazos las primeras lajas, si te romperás a la fuerza de los golpes. He evaluado la piedra y la encuentro suficiente, capaz de albergar a mi propia Galatea, luchado por romper hacia el aire, rogando por tener el contacto del mundo sobre tu marmolina piel. Pero a veces crujes espontaneamente y amenazas con quebrar. Otra vez empezaré a labrar, y quizás sea otro el que termine mi obra, otro el que disfrute de la belleza de la misma. Quizás con el golpe equivocado, todo se vuelva polvo en un instante. ¿Qué mas dá? Sólo los tontos toman al mundo como un lugar seguro. A trabajar.
¿En qué consisten estos pesos?: convenciones sociales y culturales, preceptos inculcados por la familia, en la escuela y por las instituciones religiosas. Temores reales o infundados que nos son inculcados o que descubrimos accidentalmente que poseemos. A veces estos lastres nos atrapan de manera inconsciente, y no sabemos que los cargamos, pues nuestros ojos están cerrados a ellos. Otras veces, los conocemos pero no tenemos la fuerza o las herramientas para romper este cascarón. Y peor aún, con frecuencia nos resistimos a salir de nuestra concha de piedra, pues nos encontramos cómodos y calientitos, y sabemos que el proceso de escapar es duro y con frecuencia combina sufrimiento y dolor.
Liberarnos de la piedra nos permitirá brillar en toda la majestad de la perfecta obra de arte que podemos hacer de nuestras vidas. El mundo es como un gigantesco taller escultórico, con figuras en todos los grados de terminación: gloriosos Davides y Moiseses, contrastando con salvajes bloques sin trabajar, recien extraidos de las canteras toscanas. Algunos bloques son imperfectos y se rompen al trabajarlos, otros con facilidad expulsan la belleza en ellos oculta. Casi nunca es espontaneo este proceso: las piedras requieren la paciencia de muchos escultores que van, al paso, quitando una laja de aquí y un trocito de allá. A veces, algunas personas avanzan grandemente las obras, aunque prácticamente ninguna es una obra de un solo creador.
Yo he sido liberado parcialmente de mi bloque de Carrara por una mezcla de trabajo, de muchos viandantes que han soltado trozos de aquí y de allá, y una parte de erosión, causada por mi roze con el mundo y sus caras buenas y malas. Admito ser una obra incompleta, y quizás nunca termine de surgir, pero ahora que estoy más libre yo también busco arrancar un pedacito aquí y otro allá siempre que puedo.
Creo que en mi oportunidad también he podido labrar las vidas de otras personas: no mucho supongo, menos de lo que mi ambición sueña, pero siempre dejando, creo yo, una marca con nombre y firma. En mi obra me han movido la curiosidad, el interés, el deseo, la amistad y también el verdadero amor. Siempre he labrado con gusto y con gusto he contemplado los resultados de mi trabajo, aunque con frecuencia no es a mi quien me toca disfrutarlos. Puedo jactarme de tener buen ojo para la piedra, y de saber de que bloques saldrán las más hermosas esculturas. He llegado a equivocarme, pero mis triunfos sobrepasan a mis fracasos.
Pero mi ambición permanece insatisfecha.
En una intoxicante mezcla de vanidad y arrogancia, he soñado con frecuencia en emular al artista Pygmalion y crear una obra que cubra mi propia necesidad. Es mi sueño y mi esperanza, que tantas veces se ha desvanecido en una ráfaga de las propias fuerzas que le dieron vida.
Contemplo el bloque te guarda Ángel Caído, y me pregunto, al raspar con la punta del cincel, al botar a mazazos las primeras lajas, si te romperás a la fuerza de los golpes. He evaluado la piedra y la encuentro suficiente, capaz de albergar a mi propia Galatea, luchado por romper hacia el aire, rogando por tener el contacto del mundo sobre tu marmolina piel. Pero a veces crujes espontaneamente y amenazas con quebrar. Otra vez empezaré a labrar, y quizás sea otro el que termine mi obra, otro el que disfrute de la belleza de la misma. Quizás con el golpe equivocado, todo se vuelva polvo en un instante. ¿Qué mas dá? Sólo los tontos toman al mundo como un lugar seguro. A trabajar.